viernes, 15 de octubre de 2010

El niño y el forastero


El forastero estaba sentado tranquilamente en medio de la marea siempre cambiante del mercado matinal, tan tranquilamente que un niño, cuyo corazón estaba en paz, se fijó en él.
-Hola –saludó el niño.
-Buenos días –dijo el forastero, sonriendo amablemente.
¿De dónde eres? –preguntó el niño, sentándose junto a él.
-¿Qué te hace pensar que soy de otro lugar? –inquirió el forastero con un brillo en la mirada.
-Hay una luz diferente que brilla en ti –replicó el niño.
-¿Puedes ver esa luz? –preguntó el forastero, curioso.
-No con mis ojos –explicó el niño hablando bajito, como si estuviera compartiendo un secreto-, pero la siento.
-Ah –dijo el forastero, bajando también la voz-, la ves con tu corazón.
-Si –dijo el niño.
Se quedaron en silencio durante lo que pareció una eternidad. Entonces el niño alargó la mano y la colocó suavemente sobre el antebrazo del forastero.
-¿Puedes llevarme ahí?
-No –dijo el forastero, pero al estar aquí sentado y disfrutar tranquilamente de esta hermosa mañana, te estoy señalando el camino. Y, en cualquier caso –rió, colocando su brazo alrededor del hombro del niño-, no se puede llevar a alguien a un lugar en el que ya está.

Michael Brown

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