lunes, 24 de octubre de 2011

La quietud como elemento de armonía y serenidad

Un elefante corria hacia su boda, llevaba en la trompa el anillo de compromiso. Corría por el cauce de un río. De repente tropezó con una roca y en la búsqueda del equilibrio para no caer y mojarse, la trompa soltó el anillo y vió como se zambullia en las aguas. Se volvió loco, removió todo con su cuerpo para buscar el anillo, y con cada movimiento, lo único que hacia era elevar la arena y el sedimento del lecho del río, oscureciendo las aguas. Cada vez se agitaba más, y cada vez era más difícil averiguar donde estaba el anillo. Así llevaba rato.

Cerca, en una de las márgenes del río, sentado en una de las ramas de un árbol, un pájaro multicolor observaba todo suceso, riéndose de vez en cuando. Al final grito:

- Eh tu, para ya-

el elefante al principio no sabía quien le hablaba,

- Si tu- para ya, quédate quieto-

Al final vislumbró al pájaro tranquilo en una de las ramas del árbol. Se lo quedó mirando embobado.

- Si quédate quieto, por favor, no te muevas más.

El elefante dejó de moverse, las aguas fueron calmándose, y el sedimento bajo hacia el lecho.

Poco a poco las aguas se volvieron claras, el elefante estaba quieto, asombrado del hecho.

Al final cuando todo estaba tranquilo, en el fondo del río, descubrió algo que brillaba.

En plena quietud y calma pudo recuperar el anillo.

Una vez alcanzado, descubrió la quietud como elemento de armonía y serenidad.

De repente tuvo una gran iluminación.

Un distinguido monje, llamado Ting, acudió a entrevistarse con el Maestro y preguntó: “ ¿ Cuál es el significado básico del budismo?”
El Maestro bajó de la silla, le agarró y le dio un bofetón.
Luego le soltó. Ting se quedó perplejo.
Un monje, que se encontraba a su lado, le dijo: “ Señor Ting, ¿ por qué no hace una postración ?.
Al hacer Ting una postración formal, de repente tuvo una gran iluminación.

Las enseñanzas Zen del Maestro Lin-chi.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Como si nada hubiera pasado

Estaba el Buda meditando en la espesura junto a sus discípulos, cuando se acercó un detractor espiritual que lo detestaba y aprovechando el momento de mayor concentración del Buda, lo insultó lo escupió y le arrojó tierra.

Buda salió del trance al instante y con una sonrisa plácida envolvió con compasión al agresor; sin embargo, los discípulos reaccionaron violentamente, atraparon al hombre y alzando palos y piedras, esperaron la orden del Buda para darle su merecido.

Buda en un instante percibe la totalidad de la situación, y les ordena a los discípulos, que suelten al hombre y se dirige a este con suavidad y convicción diciéndole:

-“Mire lo que usted generó en nosotros, nos expuso como un espejo muestra el verdadero rostro. Desde ahora le pido por favor que venga todos los días, a probar nuestra verdad o nuestra hipocresía. Usted vio que en un instante yo lo llené de amor, pero estos hombres que hace años me siguen por todos lados meditando y orando, demuestran no entender ni vivir el proceso de la unidad y quisieron responder con una agresión similar o mayor a la recibida.

Regrese siempre que desee, usted es mi invitado de honor. Todo insulto suyo será bien recibido, como un estímulo para ver si vibramos alto, o es sólo un engaño de la mente esto de ver la unidad en todo”.

Cuando escucharon esto, tanto los discípulos como el hombre, se retiraron de la presencia del Buda rápidamente, llenos de culpa, cada uno percibiendo la lección de grandeza del maestro y tratando de escapar de su mirada y de la vergüenza interna.
A la mañana siguiente, el agresor, se presentó ante Buda, se arrojó a sus pies y le dijo en forma muy sentida.

No pude dormir en toda la noche, la culpa es muy grande, le suplico que me perdone y me acepte junto a Usted”

Buda con una sonrisa en el rostro, le dijo: “Usted es libre de quedarse con nosotros, ya mismo; pero no puedo perdonarlo”

El hombre muy compungido, le pidió que por favor lo hiciera, ya que él era el maestro de la compasión, a lo que el Buda respondió:

-“Entiéndame, claramente, para que alguien perdone, debe haber un ego herido; solo el ego herido, la falsa creencia de que uno es la personalidad, ese es quien puede perdonar, después de haber odiado, o resentido, se pasa a un nivel de cierto avance, con una trampa incluida, que es la necesidad de sentirse espiritualmente superior, a aquel que en su bajeza mental nos hirió. Solo alguien que sigue viendo la dualidad, y se considera a sí mismo muy sabio, perdona, a aquel ignorante que le causó una herida”.

Y continuó: “No es mi caso, yo lo veo como un alma afín, no me siento superior, no siento que me hayas herido, solo tengo amor en mi corazón por usted, no puedo perdonarlo, solo lo amo. Quien ama, ya no necesita perdonar.”

El hombre no pudo disimular una cierta desilusión, ya que las palabras de Buda eran muy profundas para ser captadas por una mente llena todavía de turbulencia y necesidad, y ante esa mirada carente, el Buda añadió con comprensión infinita:

-“Percibo lo que le pasa, vamos a resolverlo: Para perdonar, ya sabemos que necesitamos a alguien dispuesto a perdonar. Vamos a buscar a los discípulos, en su soberbia están todavía llenos de rencor, y les va a gustar mucho que usted les pida perdón. En su ignorancia se van a sentir magnánimos por perdonarlo, poderosos por darle su perdón, y usted también va a estar contento y tranquilo por recibirlo, va a sentir un reaseguro en su ego culposo, y así más o menos todos quedarán contentos y seguiremos meditando en el bosque, como si nada hubiera pasado”

Y así fue.

viernes, 7 de octubre de 2011

El mito de Ulises




Ulises, el héroe mitológico de la antigua Grecia, es un magnífico ejemplo del coraje que se requiere para tomar la decisión consciente de seguir estando receptivo y presente cuando la tentación de dejarse arrastrar es intensa. Durante su regreso por mar a Grecia, su tierra natal, después de la guerra de Troya, Ulises sabía que su barco tendría que pasar por una zona muy peligrosa habitada por unas hermosas doncellas conocidas como sirenas. Le habían advertido que la llamada de esas mujeres era irresistible, que los marineros no podían evitar poner rumbo hacia las sirenas, estrellar sus barcos contra las rocas y ahogarse. A pesar de esto, Ulises quiso escuchar el canto de las sirenas. Conocía la profecía de que si alguien era capaz de escuchar sus voces y no ir hacia ellas, las sirenas perderían su poder y desaparecerían para siempre. Este desafío le atraía.

Cuando su barco se aproximó a las aguas donde vivían las sirenas, Ulises ordenó a sus hombres que se pusieran tapones de cera en los oídos y que le ataran con fuerza al mástil. Les dio instrucciones de que, por mucho que forcejeara y que lo pidiera con vehementes gestos, por muy iracundo que pareciera al ordenarles que cortaran las cuerdas, no le desataran hasta atracar en un lugar conocido, donde ya no pudieran oírse los cantos de las sirenas. Como cabe esperar, esta historia tiene un final feliz. Los marineros siguieron sus instrucciones y Ulises consiguió su propósito. En mayor o menor grado, todos tendremos que soportar una incomodidad similar para no seguir el canto de nuestras sirenas personales, para cruzar la puerta abierta hacia el despertar.

Pema Chödrön

(Libérate, abandona tus temores y descubre el poder del ahora)

jueves, 28 de julio de 2011

¿Hay alguien ahí?

























Hay una historia sobre un pianista que ilustra muy bien la importancia de descubrir que “no-hay-nadie-en-casa”. Un famoso concertista de piano vivía en una hermosa casa de campo frente a un río. Cada domingo por la mañana, al amanecer, tomaba su pequeña barca y bajaba al río para escapar unas horas de los agobios cotidianos. Dejaba que su barca flotara río abajo, y al rato la anclaba en medio de la corriente. De modo que estaba allí sentado, en su pequeña barca, a primera hora de la mañana. No había nadie alrededor. Miraba fijamente la superficie del agua, disfrutando de la paz y del silencio, de estar en la naturaleza sin necesidad de más. Mientras estaba allí, pacíficamente sentado, no podía dejar de preguntarse por qué los seres humanos tenemos siempre tantos problemas entre nosotros. Oyendo los sonidos de los pájaros, mirando los colores del sol reflejados en el agua, consideraba lo duro y lo difícil de entender que es que haya tantos problemas en el mundo. Se preguntaba por qué siempre estamos enfrentándonos con nuestros amigos y vecinos.

De repente, sus pensamientos se vieron alterados por algo que golpeó su barca por detrás. Sorprendido y enfadado, se dio la vuelta maldiciendo. Entonces, en un momento intemporal, se dio cuenta de que la barca que le había golpeado estaba vacía. Estaba gritando a… nadie. Comprendió que su barca había chocado con otra barca arrastrada por la corriente. Su enfado desapareció inmediatamente, y se sintió absorbido en una quietud total que descendía a su alrededor. En la Unidad con todas las cosas y con cada una de ellas…, todo está envuelto en un amor omniabarcante.

Posteriormente reparó en que esta colisión era una metáfora de los problemas filosóficos en los que había estado pensando. Todas esas personas con las que creemos tener problemas son como barcas vacías. No hay capitán en sus botes. No pueden evitar hacer lo que hacen. ¡Qué descubrimiento tan sorprendente! Cada persona de este planeta está hipnotizada por la creencia ampliamente extendida de que todos somos individuos separados, cada uno viviendo en un cuerpo diferente que camina por la superficie del mismo planeta. Esto es lo que todos creemos porque imaginamos que “tenemos” un capitán en nuestra barca. Todos decimos: “hay un capitán en mi cabeza que tiene libre albedrío y puede elegir”, y entonces concluimos: “Todos los demás cuerpos que veo caminando a mi alrededor se parecen a mí, de modo que también deben de tener un capitán”. Todos nos dejamos hipnotizar por esta creencia porque parece muy real.

Ahora nuestro héroe empezó a verlo todo con claridad meridiana. Su propio bote también iba flotando por el río sin capitán, simplemente siguiendo la corriente que le llevaba en una determinada dirección. En otras palabras, vio que “su” cuerpo, en el que siempre había creído vivir, era una caja vacía, como una radio en la que suena una música de piano ¡pero no hay ningún pianista dentro! Ahora se daba cuenta de que “¡no hay nadie viviendo en este cuerpo, no hay nadie en casa!”. Mi barca no tiene capitán y las demás tampoco. El capitán sólo es una apariencia. Este reconocimiento también fue el fin de su búsqueda espiritual. El pianista tuvo que sentarse un momento para integrar las consecuencias de lo ocurrido.

Después de estar un rato sentado, empezó a tener hambre. Su estómago le reclamaba que volviera al “mundo real”. El aroma de esa quietud seguía estando allí, como telón de fondo, pero “él” ya no estaba allí en el sentido habitual. Todo era sorprendente y muy normal al mismo tiempo. Volvió a casa, remando río arriba, para tomar el desayuno. Mientras bebía el café, pudo entender que cada cosa es como es. No hay bien ni mal, no hay ni pasado ni futuro ni ahora. ¿Cómo puede ser tan evidente, tan simple, y que, al mismo tiempo, nadie se dé cuenta de ello? El zumbido del frigorífico, el olor del café, el sabor de la mermelada…, todo es una expresión de “Esto”. Se daba cuenta de que este Secreto Abierto está más allá de la comprensión común, y aunque le hubiese gustado compartirlo con todos sus amigos, no tenía palabras para expresárselo a nadie. Y si bien su vida cambió aquel domingo por la mañana y nunca volverá a ser la misma, nadie ha notado nada diferente en él. Sigue tocando el piano como antes.

Extraído del libro Nadie en Casa de Jan Kersschot

martes, 26 de julio de 2011

La muerte de un hijo es la ilusión más dolorosa de todas




















Un gran maestro budista se pasó años enseñando a sus discípulos la naturaleza efímera de la vida. Un principio fundamental de la filosofía budista consiste en el reconocimiento de que toda forma cambia. El apego a cualquier forma y la resistencia al cambio son las causas de nuestro sufrimiento. El mismo principio se expresa en la cita de la Biblia: “No guardes tesoros en la tierra donde la polilla y la herrumbre corrompen”.

Un día, el hijo de diez años del maestro murió de pronto en un trágico accidente. El maestro estaba desconsolado. Sus discípulos le encontraron llorando y gimiendo obviamente de un dolor emocional insoportable por la pérdida de su querido hijo.

Los discípulos se quedaron perplejos y desilusionados. Se sintieron obligados a encararse con su maestro por lo que consideraban una contradicción en su ser.

-Maestro- dijeron-, ¿por qué está llorando? ¿No nos ha enseñado durante años la ilusoria y efímera naturaleza de todas las cosas? ¿No nos ha estado enseñando que la atracción y el apego son las causas del sufrimiento? Ahora no deja de lamentarse por la muerte de su hijo. ¿No está experimentando la inclinación y el apego? ¿No es todo esto una ilusión?

-Sí –dijo el maestro-, todo es una ilusión. Y la muerte de un hijo es la ilusión más dolorosa de todas.


John E. Welshons, Cuando las oraciones no tienen respuesta.

jueves, 2 de junio de 2011

Enseñanza Zen
























Un grupo de discípulos le preguntó una vez a su maestro Zen: “¿De dónde viene el lado negativo de nuestra mente?” El maestro se retiró un momento y enseguida regresó con un gigante lienzo en blanco. En medio del lienzo había un pequeño punto negro. “¿Qué véis en este lienzo?” preguntó el maestro. “Un pequeño punto,” respondieron todos. El maestro dijo: “Ese el origen de la mente negativa. Ninguno de vosotros ve la enorme extensión que lo rodea.”

miércoles, 27 de abril de 2011

El poder de la palabra






Había una vez un hombre que tenía grandes remordimientos de conciencia por haber estado hablando mal de otro, no podía de dejar de darle vueltas en su cabeza y se sentía culpable de las cosas que había dicho. Como no conseguía ver la manera de solucionarlo, fue a buscar a un conocido Maestro para que le ayudara.
Le contó todo lo que había dicho, y lo mal que se sentía, y le pidió que le dijera cómo podía arreglarlo.
El Maestro le escuchó y cuando por fin terminó toda su exposición cogió un papel, escribió el nombre de unas plantas y se lo dio diciéndole:
-Vete al bosque y tráeme cada una de estas plantas.
Cogió el papel y salió corriendo muy contento a buscar las plantas, pensando que era una solución muy sencilla. Cuando las hubo recogido, regresó a la presencia del Maestro:
-Maestro, aquí están las plantas que me pidió. ¿Queda ya restaurado el mal que he hecho?
El Maestro no le cogió las plantas, sino que le dijo:
-Ahora vete y quema las plantas la próxima luna llena.
Se fue, hizo lo que le mandó y regresó muy contento:
-Maestro, aquí están las cenizas, he quemado las plantas como me dijo. ¿Queda ya restaurado el mal?
Y de nuevo el Maestro le dijo:
-Vete al río y arroja las cenizas..
Se fue hacia el río pensando que ya por fin quedaría zanjado el asunto y que después de todo no había sido tan difícil. Volvió a casa del Maestro y le dijo:
-Maestro, ¡ya está! He tirado las cenizas al río. ¿Queda ya restaurado el mal que he hecho?
-Sólo queda una cosa por hacer, le contestó el Maestro, vuelve al río, recoge las cenizas y me las traes.

lunes, 7 de marzo de 2011

Las dos sortijas
















Un hombre que tenía dos hijos murió y, entre sus bienes, dejó dos sortijas. Una de ellas lucía un excepcional diamante, en tanto que la otra era simplemente de plata. El hermano primogénito, nada más ver las sortijas, dijo lleno de avaricia: “Como soy el hermano mayor, no cabe duda de que la sortija de diamantes la ha dejado nuestro padre para mí. En justicia me corresponde”. El hermano pequeño dijo: “De acuerdo, que sea para ti. Yo me conformo con la sortija de plata”.
Cada hermano se colocó en un dedo la sortija y cada uno emprendió su vida por separado. Unos días después, estaba el hermano menor jugueteando con la sortija cuando, de repente, examinó su interior y leyó la siguiente inscripción: “Esto también pasará”.
-Bueno –se dijo-, éste debe ser el mantra de mi padre.
Transcurrió el tiempo. La vida seguía su curso para ambos hermanos. Vinieron los buenos y los malos tiempos; la fortuna y el infortunio; las situaciones favorables y las desfavorables; el placer y el dolor.
El hermano mayor, ante las vicisitudes y cambios de la vida, comenzó a desequilibrarse. Se exaltaba en demasía con las situaciones favorables y se hundía en el desánimo con las desfavorables. Todo le alteraba mucho, de tal forma que tuvo que comenzar a tomar somníferos para poder dormir, a visitar a psiquiatras y a soportar el desorden de su mente. ¿De qué le servía haber vendido el fabuloso diamante de la sortija y con ese dinero haber amasado una colosal fortuna?
También el hermano menor se veía abocado a las vicisitudes de la vida y tenía que afrontar los buenos y los malos momentos, las circunstancias favorables y desfavorables, la alegría y la tristeza; pero nunca dejaba de tener presente la inscripción de la sortija: “Esto también pasará”. De ese modo mantenía una actitud de firmeza y ecuanimidad y no se dejaba arrastrar a estados de exaltación y depresión. Ni se aferraba al placer ni aborrecía el dolor. Estaba siempre en paz consigo mismo y fluía armónicamente con los acontecimientos. ¡Qué magnífica herencia le había dejado su padre!

martes, 22 de febrero de 2011

El barquero inculto

















Se trataba de un joven erudito, arrogante y engreído. Para cruzar un caudaloso río, tomó una barca. Silente y sumiso. El barquero comenzó a remar con diligencia. De repente, una bandada de aves surcó el firmamento y el joven preguntó al barquero:
-Buen hombre, ¿has estudiado la vida de las aves?
-No, señor –repuso el barquero.
Y el joven aseveró:
-Entonces, amigo mío, has perdido la cuarta parte de tu vida.
Pasados unos minutos, la barca se deslizó junto a unas exóticas plantas que flotaban en las aguas del río. El joven preguntó al barquero:
-Dime, barquero, ¿has estudiado botánica?
-No, señor, no sé nada de plantas.
-Pues debo decirte que has perdido la mitad de tu vida –comento el petulante joven.
El barquero seguía remando apaciblemente. El sol del mediodía se reflejaba en las aguas del río. Entonces el joven dijo:
-Sin duda, barquero, y dado que llevas tantos años deslizándote por esta agua, sabrás algo sobre la naturaleza de la misma.
-No, señor. Nada sé al respecto. No sé nada de esta agua ni de otras.
-¡Oh, amigo! –exclamó el joven-. De verdad que has perdido las tres cuartas partes de tu vida.
Súbitamente, la barca comenzó a hacer aguas. No había forma de achicarla y se fue hundiendo. El barquero preguntó al joven:
-Señor, ¿sabes nadar?
-No –repuso el joven.
-Pues me temo, señor, que has perdido toda tu vida.

jueves, 17 de febrero de 2011

El último sitio donde se te ocurriría mirar


Un consumado ladrón de diamantes sólo quería robar las joyas más exquisitas. Este ladrón solía deambular por la zona de compraventa de diamantes para “limpiarle” el bolsillo a algún comprador incauto.
Un día vio que un comerciante de diamantes muy conocido había comprado la joya con la que él llevaba toda su vida soñando. Era el más hermoso, el más prístino, el más puro de los diamantes. Pleno de alegría, siguió al comprador del diamante hasta que éste tomó el tren, y se hizo con un asiento. Pasó tres días enteros intentando meter la mano en el bolsillo del mercader. Cuando llegó al final del trayecto sin haber sido capaz de dar con la gema, se sintió muy frustrado. Aunque era un ladrón consumado, y aun habiéndose empleado a fondo, no había conseguido dar con aquella pieza tan rara y preciosa.
El comerciante bajó del tren, y el ladrón le siguió. De repente, éste sintió que no podía soportar por más tiempo aquella tensión, por lo que caminó hasta el mercader y le dijo:
-Señor, soy un famoso ladrón de diamantes. Vi que había comprado aquel hermoso diamante y le seguí al tren. Aunque hice uso de todas las artes y habilidades de las que soy capaz, perfeccionadas a lo largo de muchos años, no pude encontrar la gema. Necesito conocer su secreto. Por favor, dígame cómo lo ha escondido.
El comerciante replicó:
-Bueno, vi que me estabas observando en la zona de compraventa de diamantes y sospeché que eras un ladrón. De modo que escondí el diamante en el único lugar donde pensé que no se te ocurriría buscarlo: ¡En tu propio bolsillo!
A continuación metió la mano en el bolsillo del ladrón y extrajo el diamante.

viernes, 4 de febrero de 2011

Las dos olas


Dos olas, una pequeña y la otra grande, se desplazan por el mar. De repente, la ola más grande ve la tierra aproximándose y se inquieta. Grita a la ola más pequeña: “¡Oh, no! ¡Ahí delante las olas están rompiendo y deshaciéndose! ¡Vamos a morir!”. Pero, por algún motivo, la ola pequeña no se siente alterada. Entonces la ola grande trata de convencerla, sin resultado. Finalmente, la ola pequeña dice: “¿Qué dirías que hay ocho palabras, y que si realmente las comprendes y te las crees verás que no hay razón para temer?” La ola grande protesta, pero a medida que la tierra firme se aproxima se siente desesperada. Está dispuesta a probar cualquier cosa:”Vale, de acuerdo, dime las ocho palabras”. “Bien”, dice la ola pequeña. “Tú no eres la ola, eres el agua”.

Ram Dass

jueves, 3 de febrero de 2011

El león




















En una ocasión, un león se acercó a un lago para poder calmar su sed. Al ir a beber, vio su rostro reflejado en las claras y espejadas aguas del lago, y se dijo a sí mismo: “¡Vaya! Este lago debe de ser de este león. Debo tener mucho cuidado con él”. Y, atemorizado, se alejó. Como tenía mucha sed, regresó al cabo de un rato y allí vio, al ir a beber, otra vez al león, por lo que huyó antes de probar la apetecible agua. ¿Qué hacer? El día era muy caluroso y la sed lo asfixiaba. Lo intentó de nuevo y al ver el rostro del león, rugió, pero entonces el león del lago también lo hizo, sintió pavor y salió corriendo. Apretaba cada vez más el calor y la sed era insufrible. Lo intentó varias veces y sucedió lo mismo. Estaba desesperado y tanta sed tenía que se dijo: “Da igual si muero al beber el agua, pero ya no puedo más”. Se acercó al lago y en el mismo vio al león, pero sin poder contenerse, metió de golpe la cabeza en el agua para saciar su sed y entonces, ¡milagro!, el león había desaparecido.

lunes, 31 de enero de 2011

El hombre iracundo


Era un hombre que, con frecuencia, padecía accesos de ira incontrolada, así que decidió ir a visitar a un sabio que vivía en la cima de una colina para que le aconsejara. Cuando llegó hasta el sabio le dijo:
-Tengo fuertes ataques de cólera y eso hace muy desgraciada mi vida y malogra mis relaciones con los demás. ¿Puedes ayudarme?
-Antes que nada –dijo el sabio-, es importante que quieras superar la ira, pero para aconsejarte mejor necesito que me la muestres.
-Pero ahora no tengo ira –dijo el visitante.
-Pues cuando tengas ira, ven a verme y así la veré.
El hombre volvió a su casa y días después fue asaltado por un acceso de ira, por lo que volvió a visitar al sabio.
-Bien, muéstrame la ira –dijo el sabio.
Sin embargo, durante el viaje se le había pasado.
-Ahora no la tengo. Ya se me ha ido.
-Es que has venido muy despacio. Cuando te sientas airado, ven más rápido.
Pasados unos días, el hombre sufrió otro fuerte ataque de cólera. Recordando la recomendación del sabio, comenzó a correr cuesta arriba hacia la cima de la colina. Llegó agotado hasta el sabio, pero la ira había desaparecido. El sabio le dijo:
-Esto no puede seguir así. Otra vez vienes a verme sin ira. Corre más rápido. Trata de subir más deprisa.
Cuando la cólera volvió a hacer presa del hombre de nuevo, salió en estampida hacia la cima de la colina para mostrársela al sabio. Al llegar, tras una penosa y extenuante ascensión, oyó que el sabio le decía:
-A ver, ¿dónde está la ira?
Ya no sentía ira. Esta operación se repitió varias veces. Por fin un día el sabio le dijo:
-Creo que me has engañado. Si la ira formara parte de ti, podrías enseñármela. Has venido una docena de veces y nunca has sido capaz de mostrarme la ira. Te atrapa en cualquier momento y con cualquier motivo y luego te abandona. No vuelvas a dejar que la ola de ira te envuelva. La ira no te pertenece.
El hombre no se dejó atrapar nunca más por la ira y así recobró la paz interior.

viernes, 28 de enero de 2011

Suéltalo


Un Brahmán le fue a pedir ayuda al Buda, presentándose con una ofrenda de flores en cada mano. “Suéltalo”, le instruyó el Buda y el Brahmán soltó las flores que llevaba en la mano derecha.
“Suéltalo” repitió el buda y el Brahmán soltó las flores que llevaba en la mano izquierda.
“Suéltalo” repitió el Buda y el Brahmán se quedó sin saber qué hacer.
“Suelta todo lo que hay en ninguna mano… sino en el medio”.
Al escuchar esto el Brahmán se marchó satisfecho.

Richard Lang

martes, 18 de enero de 2011

Preciosa historia sobre el Buda




El rey Bibimsala de Magadha decidió honrar la visita de Buda con un Festival de Luz. Las casas se pintaron de nuevo y las calles fueron engalanadas con guirnaldas de flores. Pero lo más hermoso de todo fueron las miles de lámparas de cobre alineadas en la calle principal, formando un fantástico túnel de luz por el que Buda iba a caminar.
En aquella ciudad vivía una dama anciana que, aunque era muy pobre, sin embargo era rica en su amor por Buda. Sólo poseía una vieja y agrietada lámpara de arcilla, y había hecho una mecha de un pedacito de su sari, pero no tenía dinero para comprar combustible para la misma. Un amable tendero se apiadó de ella y le ofreció el aceite suficiente para encender su lámpara, pero sólo durante un corto periodo de tiempo. Entusiasmada, ocupó su lugar al borde de la calle mirando expectante hacia las puertas por las que había de hacer su entrada aquél a quien ella tanto quería..
Cuando llegó el crepúsculo, Buda apareció seguido del séquito de sus discípulos, caminando silenciosamente con sus pies desnudos en la suave arena. La cara del rey despedía orgullo al contemplar el brillo de las lámparas a lo largo del camino. Pero su delicia se convirtió rápidamente en horror cuando una ráfaga de viento penetró a través de las puertas, extinguiendo todas las lámparas menos una, la agrietada lámpara de arcilla, cuidadosamente protegida del viento por una anciana.
El Buda se paró delante de ella. Cuando la anciana se arrodilló para recibir su bendición él dijo a sus discípulos: “Observad a esta mujer detenidamente. Nada puede extinguir su luz gracias al poder y la fuerza de su devoción. Mientras las disciplinas espirituales se practiquen con la clase de amor y dedicación que esta mujer tiene, la luz del mundo nunca se apagará”.

Mansukh Patel

domingo, 16 de enero de 2011

Si Él es encontrado ahora, Él es encontrado entonces


Si tus cadenas no son rotas mientras estás vivo, ¿qué esperanza de liberación hay en la muerte? Es como un sueño vacío, esperar que el alma se unirá con Él solo porque ha dejado el cuerpo. Si Él es encontrado ahora, Él es encontrado entonces: si no, solo irás a morar a la Ciudad de la Muerte.

Kabir

miércoles, 29 de diciembre de 2010

El samurai y el maestro zen


Un soldado llamado Nobushige fue a ver a Hakuin (un gran maestro zen) y le preguntó:
-¿Existe de verdad el paraíso y el infierno?
-¿Quién eres tú? –le preguntó Hakuin.
-Soy un samurai –le respondió el guerrero.
-¿Tú, un soldado? –exclamó con sarcasmo Hakuin-. ¿A qué clase de gobernador podrías proteger? ¡Si tienes cara de mendigo!
Nobushige se sulfuró tanto que empezó a desenvainar la espada, pero Hakuin prosiguió:
-¡Ah, así que tienes una espada! Tu arma es probablemente demasiado mala como para cortarme la cabeza.
Y en el momento que Nobushige la desenvainó, Hakuin le hizo la siguiente observación:
-¡Ahora estás abriendo las puertas del infierno!
Al oír estas palabras el samurai, captando la disciplina del maestro, enfundó la espada y se inclinó ante él.
-¡Ahora estás abriendo las puertas del paraíso! –le dijo Hakuin.

sábado, 25 de diciembre de 2010

El propósito del koan


Ninguno de los 1700 koans del Zen
tiene otro propósito
que el de hacernos ver nuestro Rostro Original

Daito Kokushi

lunes, 20 de diciembre de 2010

Ver en nuestra naturaleza Vacía


«Ver en nuestra naturaleza Vacía, Ver en Nada, esto es el ver verdadero, esto es el ver eterno». Shen Hui

martes, 14 de diciembre de 2010

Una anécdota del Buddha


Aquel día, el “Venerado del mundo”, acompañado de innumerables discípulos, acudió al pico de la Asamblea de los Buitres, que domina la ciudad de Rajagriha. En esta montaña sagrada, el Buddha ya había impartido sus enseñanzas más elevadas, como el Sutra del Loto de la Buena Ley, los Sutra de la Sabiduría Trascendente, y otros sutra más, todos ellos considerados como la parte esotérica de sus instrucciones. Aquella vez permanecía en silencio. Todos respetaban su recogimiento, pero los discípulos, que, confusamente, adivinaban que pronto iba a abandonarles, esperaban el último mensaje. No obstante, Shakyamuni guardaba silencio. Tomó una flor del ramo que acababan de ofrcerle y, con toda calma, daba vueltas a su tallo entre sus dedos. Los discípulos, desconcertados, se miraban unos a otros, pero, de repente, uno de los más cercanos, Kashyapa, comprendió y respondió con una sonrisa a la sonrisa de su Maestro. Saliendo de su silencio, el Bienaventurado proclamó:
“Tengo en mi posesión el Ojo del Tesoro de la Verdadera Ley (Dharma), la inefable y sutil visión del nirvana que abre la puerta de la visión de lo sin-forma, no depende ni de los escritos ni de las palabras y se transmite fuera de toda doctrina. Este Tesoro lo entrego al gran Kashyapa”. Desde aquel día, Kashyapa fue llamado por todos Mahakashyapa (el gran Kashyapa); a la muerte del Buddha, le sucedió a la cabeza de la comunidad (Sangha).

domingo, 21 de noviembre de 2010

Buda declara…


El sufrimiento existe por sí solo, pero no el que sufre;
la acción existe, pero no el hacedor;
el nirvana existe, pero no el que lo busca;
el camino existe, pero no el que avanza por él.

Buda

domingo, 31 de octubre de 2010

El templo silencioso


Shoichi era un maestro fuerte que brillaba en la luz de la iluminación. Enseñaba a sus discípulos en el templo de Tofuku.
Día y noche el templo en el que se alojaban permanecía en silencio. No había ningún sonido.
Shoichi abolió incluso la recitación de los sutras. Sus pupi.los no tenían nada que hacer salvo meditar.
Cuando el maestro murió, un antiguo vecino oyó el repicar de las campanas y la recitación de sutras. Entonces supo que el maestro había fallecido.

viernes, 15 de octubre de 2010

El niño y el forastero


El forastero estaba sentado tranquilamente en medio de la marea siempre cambiante del mercado matinal, tan tranquilamente que un niño, cuyo corazón estaba en paz, se fijó en él.
-Hola –saludó el niño.
-Buenos días –dijo el forastero, sonriendo amablemente.
¿De dónde eres? –preguntó el niño, sentándose junto a él.
-¿Qué te hace pensar que soy de otro lugar? –inquirió el forastero con un brillo en la mirada.
-Hay una luz diferente que brilla en ti –replicó el niño.
-¿Puedes ver esa luz? –preguntó el forastero, curioso.
-No con mis ojos –explicó el niño hablando bajito, como si estuviera compartiendo un secreto-, pero la siento.
-Ah –dijo el forastero, bajando también la voz-, la ves con tu corazón.
-Si –dijo el niño.
Se quedaron en silencio durante lo que pareció una eternidad. Entonces el niño alargó la mano y la colocó suavemente sobre el antebrazo del forastero.
-¿Puedes llevarme ahí?
-No –dijo el forastero, pero al estar aquí sentado y disfrutar tranquilamente de esta hermosa mañana, te estoy señalando el camino. Y, en cualquier caso –rió, colocando su brazo alrededor del hombro del niño-, no se puede llevar a alguien a un lugar en el que ya está.

Michael Brown

miércoles, 29 de septiembre de 2010

"El Triple Filtro" de Sócrates


En la antigua Grecia (469 – 399 AC), Sócrates era un maestro reconocido por su sabiduría. Un día, el gran filósofo se encontró con un conocido, que le dijo muy excitado:



- “Sócrates, ¿sabes lo que acabo de oír de uno de tus alumnos?”



- “Un momento” respondió Sócrates. “Antes de decirme nada me gustaría que pasaras una pequeña prueba. Se llama la prueba del triple filtro”.



- “¿Triple filtro?”?



- “Eso es”, continuó Sócrates. “Antes de contarme lo que sea sobre mí alumno, es una buena idea pensarlo un poco y filtrar lo que vayas a decirme.

El primer filtro es el de la Verdad. ¿Estás completamente seguro que lo que vas a decirme es cierto?".



- “No, me acabo de enterar y…”.



- “Bien”, dijo Sócrates. “Así que no sabes si es cierto lo que quieres contarme. Veamos el segundo filtro, que es el de la Bondad. ¿Quieres contarme algo bueno de mi alumno?”.



- “No. Todo lo contrario…”.



- “Con que” le interrumpió Sócrates, “quieres contarme algo malo de él, que no sabes siquiera si es cierto. Aún puedes pasar la prueba, pues queda un tercer filtro: el filtro de la Utilidad. ¿Me va a ser útil esto que me quieres contar de mi alumno?”



- “No. No mucho.”



- “Por lo tanto” concluyó Sócrates, “si lo que quieres contarme puede no ser cierto, no es bueno, ni es útil, ¿para qué contarlo?”.






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