jueves, 28 de julio de 2011

¿Hay alguien ahí?

























Hay una historia sobre un pianista que ilustra muy bien la importancia de descubrir que “no-hay-nadie-en-casa”. Un famoso concertista de piano vivía en una hermosa casa de campo frente a un río. Cada domingo por la mañana, al amanecer, tomaba su pequeña barca y bajaba al río para escapar unas horas de los agobios cotidianos. Dejaba que su barca flotara río abajo, y al rato la anclaba en medio de la corriente. De modo que estaba allí sentado, en su pequeña barca, a primera hora de la mañana. No había nadie alrededor. Miraba fijamente la superficie del agua, disfrutando de la paz y del silencio, de estar en la naturaleza sin necesidad de más. Mientras estaba allí, pacíficamente sentado, no podía dejar de preguntarse por qué los seres humanos tenemos siempre tantos problemas entre nosotros. Oyendo los sonidos de los pájaros, mirando los colores del sol reflejados en el agua, consideraba lo duro y lo difícil de entender que es que haya tantos problemas en el mundo. Se preguntaba por qué siempre estamos enfrentándonos con nuestros amigos y vecinos.

De repente, sus pensamientos se vieron alterados por algo que golpeó su barca por detrás. Sorprendido y enfadado, se dio la vuelta maldiciendo. Entonces, en un momento intemporal, se dio cuenta de que la barca que le había golpeado estaba vacía. Estaba gritando a… nadie. Comprendió que su barca había chocado con otra barca arrastrada por la corriente. Su enfado desapareció inmediatamente, y se sintió absorbido en una quietud total que descendía a su alrededor. En la Unidad con todas las cosas y con cada una de ellas…, todo está envuelto en un amor omniabarcante.

Posteriormente reparó en que esta colisión era una metáfora de los problemas filosóficos en los que había estado pensando. Todas esas personas con las que creemos tener problemas son como barcas vacías. No hay capitán en sus botes. No pueden evitar hacer lo que hacen. ¡Qué descubrimiento tan sorprendente! Cada persona de este planeta está hipnotizada por la creencia ampliamente extendida de que todos somos individuos separados, cada uno viviendo en un cuerpo diferente que camina por la superficie del mismo planeta. Esto es lo que todos creemos porque imaginamos que “tenemos” un capitán en nuestra barca. Todos decimos: “hay un capitán en mi cabeza que tiene libre albedrío y puede elegir”, y entonces concluimos: “Todos los demás cuerpos que veo caminando a mi alrededor se parecen a mí, de modo que también deben de tener un capitán”. Todos nos dejamos hipnotizar por esta creencia porque parece muy real.

Ahora nuestro héroe empezó a verlo todo con claridad meridiana. Su propio bote también iba flotando por el río sin capitán, simplemente siguiendo la corriente que le llevaba en una determinada dirección. En otras palabras, vio que “su” cuerpo, en el que siempre había creído vivir, era una caja vacía, como una radio en la que suena una música de piano ¡pero no hay ningún pianista dentro! Ahora se daba cuenta de que “¡no hay nadie viviendo en este cuerpo, no hay nadie en casa!”. Mi barca no tiene capitán y las demás tampoco. El capitán sólo es una apariencia. Este reconocimiento también fue el fin de su búsqueda espiritual. El pianista tuvo que sentarse un momento para integrar las consecuencias de lo ocurrido.

Después de estar un rato sentado, empezó a tener hambre. Su estómago le reclamaba que volviera al “mundo real”. El aroma de esa quietud seguía estando allí, como telón de fondo, pero “él” ya no estaba allí en el sentido habitual. Todo era sorprendente y muy normal al mismo tiempo. Volvió a casa, remando río arriba, para tomar el desayuno. Mientras bebía el café, pudo entender que cada cosa es como es. No hay bien ni mal, no hay ni pasado ni futuro ni ahora. ¿Cómo puede ser tan evidente, tan simple, y que, al mismo tiempo, nadie se dé cuenta de ello? El zumbido del frigorífico, el olor del café, el sabor de la mermelada…, todo es una expresión de “Esto”. Se daba cuenta de que este Secreto Abierto está más allá de la comprensión común, y aunque le hubiese gustado compartirlo con todos sus amigos, no tenía palabras para expresárselo a nadie. Y si bien su vida cambió aquel domingo por la mañana y nunca volverá a ser la misma, nadie ha notado nada diferente en él. Sigue tocando el piano como antes.

Extraído del libro Nadie en Casa de Jan Kersschot

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