lunes, 24 de octubre de 2011

La quietud como elemento de armonía y serenidad

Un elefante corria hacia su boda, llevaba en la trompa el anillo de compromiso. Corría por el cauce de un río. De repente tropezó con una roca y en la búsqueda del equilibrio para no caer y mojarse, la trompa soltó el anillo y vió como se zambullia en las aguas. Se volvió loco, removió todo con su cuerpo para buscar el anillo, y con cada movimiento, lo único que hacia era elevar la arena y el sedimento del lecho del río, oscureciendo las aguas. Cada vez se agitaba más, y cada vez era más difícil averiguar donde estaba el anillo. Así llevaba rato.

Cerca, en una de las márgenes del río, sentado en una de las ramas de un árbol, un pájaro multicolor observaba todo suceso, riéndose de vez en cuando. Al final grito:

- Eh tu, para ya-

el elefante al principio no sabía quien le hablaba,

- Si tu- para ya, quédate quieto-

Al final vislumbró al pájaro tranquilo en una de las ramas del árbol. Se lo quedó mirando embobado.

- Si quédate quieto, por favor, no te muevas más.

El elefante dejó de moverse, las aguas fueron calmándose, y el sedimento bajo hacia el lecho.

Poco a poco las aguas se volvieron claras, el elefante estaba quieto, asombrado del hecho.

Al final cuando todo estaba tranquilo, en el fondo del río, descubrió algo que brillaba.

En plena quietud y calma pudo recuperar el anillo.

Una vez alcanzado, descubrió la quietud como elemento de armonía y serenidad.

De repente tuvo una gran iluminación.

Un distinguido monje, llamado Ting, acudió a entrevistarse con el Maestro y preguntó: “ ¿ Cuál es el significado básico del budismo?”
El Maestro bajó de la silla, le agarró y le dio un bofetón.
Luego le soltó. Ting se quedó perplejo.
Un monje, que se encontraba a su lado, le dijo: “ Señor Ting, ¿ por qué no hace una postración ?.
Al hacer Ting una postración formal, de repente tuvo una gran iluminación.

Las enseñanzas Zen del Maestro Lin-chi.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Como si nada hubiera pasado

Estaba el Buda meditando en la espesura junto a sus discípulos, cuando se acercó un detractor espiritual que lo detestaba y aprovechando el momento de mayor concentración del Buda, lo insultó lo escupió y le arrojó tierra.

Buda salió del trance al instante y con una sonrisa plácida envolvió con compasión al agresor; sin embargo, los discípulos reaccionaron violentamente, atraparon al hombre y alzando palos y piedras, esperaron la orden del Buda para darle su merecido.

Buda en un instante percibe la totalidad de la situación, y les ordena a los discípulos, que suelten al hombre y se dirige a este con suavidad y convicción diciéndole:

-“Mire lo que usted generó en nosotros, nos expuso como un espejo muestra el verdadero rostro. Desde ahora le pido por favor que venga todos los días, a probar nuestra verdad o nuestra hipocresía. Usted vio que en un instante yo lo llené de amor, pero estos hombres que hace años me siguen por todos lados meditando y orando, demuestran no entender ni vivir el proceso de la unidad y quisieron responder con una agresión similar o mayor a la recibida.

Regrese siempre que desee, usted es mi invitado de honor. Todo insulto suyo será bien recibido, como un estímulo para ver si vibramos alto, o es sólo un engaño de la mente esto de ver la unidad en todo”.

Cuando escucharon esto, tanto los discípulos como el hombre, se retiraron de la presencia del Buda rápidamente, llenos de culpa, cada uno percibiendo la lección de grandeza del maestro y tratando de escapar de su mirada y de la vergüenza interna.
A la mañana siguiente, el agresor, se presentó ante Buda, se arrojó a sus pies y le dijo en forma muy sentida.

No pude dormir en toda la noche, la culpa es muy grande, le suplico que me perdone y me acepte junto a Usted”

Buda con una sonrisa en el rostro, le dijo: “Usted es libre de quedarse con nosotros, ya mismo; pero no puedo perdonarlo”

El hombre muy compungido, le pidió que por favor lo hiciera, ya que él era el maestro de la compasión, a lo que el Buda respondió:

-“Entiéndame, claramente, para que alguien perdone, debe haber un ego herido; solo el ego herido, la falsa creencia de que uno es la personalidad, ese es quien puede perdonar, después de haber odiado, o resentido, se pasa a un nivel de cierto avance, con una trampa incluida, que es la necesidad de sentirse espiritualmente superior, a aquel que en su bajeza mental nos hirió. Solo alguien que sigue viendo la dualidad, y se considera a sí mismo muy sabio, perdona, a aquel ignorante que le causó una herida”.

Y continuó: “No es mi caso, yo lo veo como un alma afín, no me siento superior, no siento que me hayas herido, solo tengo amor en mi corazón por usted, no puedo perdonarlo, solo lo amo. Quien ama, ya no necesita perdonar.”

El hombre no pudo disimular una cierta desilusión, ya que las palabras de Buda eran muy profundas para ser captadas por una mente llena todavía de turbulencia y necesidad, y ante esa mirada carente, el Buda añadió con comprensión infinita:

-“Percibo lo que le pasa, vamos a resolverlo: Para perdonar, ya sabemos que necesitamos a alguien dispuesto a perdonar. Vamos a buscar a los discípulos, en su soberbia están todavía llenos de rencor, y les va a gustar mucho que usted les pida perdón. En su ignorancia se van a sentir magnánimos por perdonarlo, poderosos por darle su perdón, y usted también va a estar contento y tranquilo por recibirlo, va a sentir un reaseguro en su ego culposo, y así más o menos todos quedarán contentos y seguiremos meditando en el bosque, como si nada hubiera pasado”

Y así fue.

viernes, 7 de octubre de 2011

El mito de Ulises




Ulises, el héroe mitológico de la antigua Grecia, es un magnífico ejemplo del coraje que se requiere para tomar la decisión consciente de seguir estando receptivo y presente cuando la tentación de dejarse arrastrar es intensa. Durante su regreso por mar a Grecia, su tierra natal, después de la guerra de Troya, Ulises sabía que su barco tendría que pasar por una zona muy peligrosa habitada por unas hermosas doncellas conocidas como sirenas. Le habían advertido que la llamada de esas mujeres era irresistible, que los marineros no podían evitar poner rumbo hacia las sirenas, estrellar sus barcos contra las rocas y ahogarse. A pesar de esto, Ulises quiso escuchar el canto de las sirenas. Conocía la profecía de que si alguien era capaz de escuchar sus voces y no ir hacia ellas, las sirenas perderían su poder y desaparecerían para siempre. Este desafío le atraía.

Cuando su barco se aproximó a las aguas donde vivían las sirenas, Ulises ordenó a sus hombres que se pusieran tapones de cera en los oídos y que le ataran con fuerza al mástil. Les dio instrucciones de que, por mucho que forcejeara y que lo pidiera con vehementes gestos, por muy iracundo que pareciera al ordenarles que cortaran las cuerdas, no le desataran hasta atracar en un lugar conocido, donde ya no pudieran oírse los cantos de las sirenas. Como cabe esperar, esta historia tiene un final feliz. Los marineros siguieron sus instrucciones y Ulises consiguió su propósito. En mayor o menor grado, todos tendremos que soportar una incomodidad similar para no seguir el canto de nuestras sirenas personales, para cruzar la puerta abierta hacia el despertar.

Pema Chödrön

(Libérate, abandona tus temores y descubre el poder del ahora)